Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo
Elena Rodríguez. Nunca olvidaría ese
nombre. Era perfecta, de pelo rizado, como bañado por el sol cuando despierta. Simétricas,
a ambos lados de su pequeña nariz, tiene las pecas mas perfectas que Dalí pudo
pintar. Los ojos de bronce y una bata blanca. Ese día, que Mikel no podría
olvidar, llevaba la sonrisa diferente.
- Cáncer, -le dijo´… lo siento, pero
es cáncer.
Mike rio, mientras una lagrima cruzaba
su despuntarte barbilla. Su cara era el rostro de los términos medios, tan
triste como alegre, tan recio como endeble, tan lo mismo y tan fuerte…
Y Elena, veterana de las malas
noticias, lo miraba perpleja. De lo que aprendió nunca tubo en sus madejas tal
respuesta. Sus ojos tan negros como falsas perlas debieran tener ajados los
cuervos de la desesperación. Por el contrario, había miel sin pedantería,
gracia, lealtad, el capricho del niño que aún no ha aprendido donde esta la
línea que separa el bien del mal.
De los sentidos del humor que conocía
Elena, dominaba con más frecuencia el de la compasión. Sin embargo Mikel
Rekarte aun con esa mirada fija en la incertidumbre, era un sentimiento
indescifrable.
De pronto se encontró con la necesidad
de derrotarse, no está demostrado en absoluto, que la victoria no venga de
bajar las armas. Lo miró, sin ver a un paciente, y olvidó la camilla, y su
blanca bata, su pelo de amanecer, su interrogante de mirada, los adverbios de
negación, y recordó de pronto el hechizo de conversión, que convierte en
palomas las barras de la galera.
No le pudo más, y preguntó: ¿Acaso no estás
triste?
El respondió; - Te derrotas para
hacerme mas fuerte, ¿acaso no te das cuenta, que me he enamorado de quien me ha
dado a conocer la muerte?
A veces es mejor oir simplemente lo que no nos interesa y escucha a aquellos sentimiento que realmente necesitan que les prestemos atencion
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