Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Por amor a las letras suspendí lengua. Literatura, lo que es literatura, nunca me enseñaron de verdad. Dicen bien en las canciones, que lo que de verdad has de aprender de las palabras, no se encuentra en los liceos de estos días (para los de la LOGSE, ese local de ladrillo calavista donde pierden o perdieron el tiempo de ocho a tres).
Me reservé el derecho de estar en contra de los pretéritos, menos si eran perfectos, dicho quedo, que pasé de los irregulares, y de los pluscuamperfectos ni les digo, había trabajado tanto el condicional que habría cambiado sin pensarlo mi escasa paga por no tener que escuchar a quien no escribe, como debo escribir.
Aprendía a pluma y garabato, a modo de prueba de errores. Sabiendo que nunca por mucho que se me empeñen, me sé escritor. Y me pase las preposiciones por el forro, salvo alguna que bajo riesgo de excomunión, de vez en cuando pongo. Dios mediante, que entre el sobre y el tras, ella me estaba mirando. ¿Y quién respeta las reglas cuando hay de por medio unos ojos verdes?
Reconozco mi parte de culpa. A los posesivos nunca les quise prestar atención. Mis estrofas son tu cintura, tus besos mi calma, nuestros cuerpos desnudos el silencio que sin decir, te dice que no hace falta decir nada.
Me tragué de costado los ritmos y las métricas, la bola de que el soneto es la medida perfecta, aquello del a, b, b, a, y demás con domases, casi me engañan afirmándome que en partida de poker es mejor tener dobles parejas de treses y doses que de ases.
De Góngora, de Espronceda, de Gustavo, de Neruda, de mí Lope, y todas las generaciones me supe las fechas de nacimiento, los bautizos, los casamientos y hasta las comuniones. Nadie sin embargo, me advirtió que en esto del papel se deja uno el alma, que el cielo en un infierno cabe, que esto es escribir, y quien lo probó lo sabe.
Me declaro suspenso en lengua, e incapaz para encontrar pronombre de tú nombre si no es contigo.
Me declaro jugador de letras, sin más pretensión, y con cero absoluto en lengua… Y religión.
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