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Mostrando entradas de febrero, 2012

Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

Insert Coin

Será en sábado de febrero, en Boadilla del Monte, en el escenario del Rock and Play donde pondrán al desnudo sus talentos un grupo de cinco.  Aviso que soy partidista, como lo soy de todo aquello que merece la pena. Y esto lo merece. Doy fe.  Manejo información privilegiada. Aprendí en sus tanteos que la música sin ser oficio, también es trabajo, que se puede hacer arte en el combinado de amigos y guitarra, y batería, y bajo, y voz, y que hay lujo aún sin discográficas, aunque sean de sonrisas, de guiños, de un abrazo cuando un abrazo hace falta, de música sin conservantes, de tocar por sentir. No me dieron las genéticas los juicios del oído necesarios me podrán decir. De ritmos, solo entiendo los de las palabras, para creerlo solo hace falta oírme cantar. Sin embargo, me dio la suficiente sapiencia el corazón, el instinto y alguna que otra noche de ensayo para saber que estos, la tocan de puta madre.  Percusionado mi hermano, pone en las baquetas (se alegrará de

En sus bolsillos

Se levantó Pedro perdido. Aún era noche y mañana al mismo tiempo. Se anduvo el pasillo sin un solo pensamiento desde su cama hasta la cocina, preparó café. Espeso. Solo. Aún no había soltado las amarras del sueño, pero aunque todo estaba igual, todo le parecía distinto. Desayunado, visitó el vestidor. Eligió fácil, pantalón negro, camisa blanca. Aún seguía el frío cobrándose en el aire pieles de gallina, por lo que reforzó el torso con una falsa chaqueta para cubrir las carencias del abrigo. Zapatos, guantes, bufanda y sombrero. Todo negro. Para un martes de febrero opto sin elegirlo por lo sencillo. Sonó el despertador con él despierto. Lo apagó. En los últimos tiempos que recordaba, no estaba de paz con el descanso. Dormía poco, generalmente mal, y aunque nada malo le pasaba, nada bueno esperaba. En sus bolsillos las llaves del coche, separadas de las de casa. Un bolígrafo, descuido de la jornada de laboro anterior. La cartera, más vacía de lo que él quisiera pese a rondar

Ciudad Condal

Puede que hoy, con las letras mitad en huelga de hambre, mitad en huelga de silencio, me quiebre demasiado como para escribir de amores. Pero que le cuente otro al corazón que no nos queda intendencia en el cajón de las palabras para estos párrafos, ahora que con él tengo por bandera la blanca, y por contrato, el libre albedrío. Puede que hoy, con las vocales de permiso, y las consonantes huidas a manos más talentosas para la prosa, merezca más que nunca la pena de decir en papel, que me he enamorado. Fue a la altura de un veintiuno de enero, con el sol recién salido de la cuna y el termómetro chistera en mano, haciendo del invierno primavera. Llevaba yo poco equipaje, algo de efectivo, mujer de lujo y la sorpresa guardada en los ojos… el resto, todo el resto, me lo puso Barcelona. Aún con la maleta a cuestas se me escapó de la correa la ilusión, recién salido del metro de la Barceloneta, la vida ya te empieza a saber a azul. Cada paso te llena las huellas, y en el puerto, no m

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Si no estas

Te enciendo con el fuego de la llama que sale del amor que arrastro. Te absorbo con lentas bocanadas del aire sobrante que guardo. Te consumo poco a poco y lentamente te envaso en una idea que más tarde repaso en calma. Te amo sin censura desde la triste distancia que prohibe el tacto pero no la presencia del vaso en que te guardo cuando no estas.

Eusebio – Capitulo I - Santos Inocentes

Por muy fuerte que caiga, hay cosas que la lluvia no se lleva nunca. Eusebio lo sabía, por eso, aquella mañana de martes, veintiocho de diciembre de dos mil diez se había levantado con el mismo mal humor de siempre. La aguja pequeña del reloj aún no había llegado a las nueve de la mañana, pero más de cuarenta años trabajados a la espalda dejan secuelas. Una de ellas, era madrugar en exceso cuando nada se tenía que hacer. La temperatura de la casa era estable. Las ascuas de la chimenea aún resistían desde la noche anterior al frío que se adivinaba desde la ventana. Aún no había salido el sol, pero la luna parecía ya cansada de reinar, en fase menguante iba dejando a poco pasar la luz que en breve despertaría el ansia de la cuidad. Su espinazo fue el primero en quejarse. Le recordó con todo el rencor que puede asumir una espalda todos aquellos años en que anduvo mal posicionada en una triste silla de oficina. Encendió más por costumbre que por gusto la máquina que se había regalado por N

Sortilegio - Capítulo I - Génesis

Samuel siempre había sido un hombre muy dubitativo. No vivía colgado en la duda, simplemente, atendiendo a la más profunda acepción de la palabra mantenía en suspensión cualquier juicio acerca de un hecho. Desde la infancia había cogido la costumbre de alejarse de cualquier extremo. Partidario por naturaleza de los términos medios, los dogmas siempre le daban más preguntas que respuestas. Su cabello negro y liso había sido asaltado por el tiempo, contando ahora con más canas que recuerdos. Sonrió al pensar que no se acordaba de la primera vez que lo sorprendió el blanco en su pelo, simplemente sucedió, y un día cualquiera frente al espejo descubrió que en su azotea, había nevado. Era joven, más todavía en espíritu. Lucía barba grisácea, a ras, con gesto seco, pero sonrisa amable. La nariz, para algunos, quizá demasiado importante. Sus ojos eran pequeños, su mirada grande. Siempre fue pintor, pero dado que nunca vendió un cuadro, tuvo que ganarse la vida como panadero. No odiaba su trab