Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Pregúntame un amigo, no sé de dónde o como lo sacó, ¿a qué sabe una fresa?...
Y me desmonta, me rompe la pieza que me falta. Me pone en alarma las dudas, me levanta la falda de los sustos, me recuerda que por mucho que quiera, no tengo letras para las juntas de aquello que solo junta el corazón.
Soy sencillo hoy, para aprender que el sabor lo pone uno mismo. Para esto me sobran los párrafos. A las preguntas concretas, creo conviene, dar respuestas exactas.
¿A qué sabe una fresa?
A fresa, sin duda.
Pruébela y olvide que existen las palabras.
Pruébela y sepa, que todo es uno.
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