Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Él llegó hastiado, sin estar cansado, pero sin ninguna canción que llevarse al paladar. Aquel siete de Junio, el día, había decidido traerse consigo una rutina especialmente demoledora. Esperaba con ansia sacarse el sabor de boca a martes llevando su mirada a los ojos de su hada. Aquellos ojos, le hacían a uno grande. Ya advierto, que en esta última frase, no se podrá encontrar rastro alguno de exageración. Dejó las llaves en el recibidor de madera de pino, una vez atravesó las puertas de su hogar, sintió un primer alivio. Aquel era el escondite donde el mundo se quedaba fuera.
Ella estaba allí. Vestía sencilla, de casa, pantalón corto, mezcla de hilo y algodón. El color rosa de este, combinaba con un rojo carmesí en la camisola larga que hacía de parte superior. Su pelo recogido parecía suelto, sus manos sujetaban un libro de no excesivo grosor, que pese a su autor había sido titulado como “Los cuentos perdidos”. Su cara sin pintar, limpia, con tan solo las marcas que dejan los buenos tiempos era una invitación a soñar.
Le sonrió. Como solo ella sonreía, parando el mundo, haciendo silencio entre los ángeles q no se atrevían a pasar. Con la mayor de las fuerzas de su parte, la fragilidad perfecta. Honesta, pero sin palabras, le interrogo sobre su ánimo. Lo detectaba gastado. Era frecuente, no se conocían de hace demasiado, pero se saltaban habitualmente los verbos para preguntarse ¿Qué tal estás?
Él colocó en un segundo miles de minutos para detenerse a mirarla. Se supo con suerte. No era guapo, ni feo, y su atractivo no pagaba con solvencia las caricias recibidas. Su pecho latía con fuerza, el vacío parecía llenársele solo con aquella presencia. Hizo de aquel momento recuerdo, para siempre, y uso la voz para responderle, ronco, gastado, sereno, consciente, seguro de que sus próximas tres palabras, les harían volar...
- Escapémonos del mundo.
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