Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
- ¿Ahora?, contestó ella.
No preguntaba. Simplemente jugaba a no tener la respuesta que tenía. Cerró el libro, se levantó del sofá despacio, olvidó queriendo olvidar las zapatillas de andar por casa. Se acercó liviana a su medio átomo y le quitó con la boca en su boca cualquier intento de palabra.
Cuando uno besa a un hada, es frecuente quedarse sin saliva. La lengua se colapsa cuando la delgada abertura de una boca es de terciopelo. Él lo sabía, la había besado tantas y tantas veces en los sueños que ahora casi no se creía cuando sucedía. Antes de partir, decidió preparar un néctar para su huida. Reservo el hielo para la coctelera, y rizó la piel de una naranja. Enfrío las copas con mimo antes de mezclar dos onzas de Vodka, una parte de Blue Curaçao y otra de Cointreau. Mezcló con suavidad y firmeza y terminó la copa con la cutis del cítrico.
Llegaron casi sin moverse. Refrescaba lo suficiente como para que se agradeciera una chaquetilla sobre aquellos delicados hombros. Descalza notaba en su tacto el suelo mullido, cerró los ojos. El sol le calentaba los parpados, mientras, en sus oídos sonaba una canción que le recodaba a cierta ciudad. Se sentó frente al lago, los arboles susurraban en su interior. Tembló, ¿Quién no tiembla cuando alcanza los sueños?
Desde el porche de la casa de madera él la veía, perfectamente imperfecta. Lió un cigarro mientras apuraba el último sorbo de su bebida. No muy lejos de donde ella decidió sentarse, tenía raíces el viejo árbol. A su cabeza llegó invitado el recuerdo de la primera vez que encontraron aquel lugar, de la inscripción que dejaron con las yemas de los dedos en aquel roble, de la leyenda que citaba que aquel lugar, sería llamado “Secreto”.
Fue hacia ella, despacio, disfrutando cada uno de los pasos. De la mano la ayudó a levantarse, la miró como la miraba siempre, y a la orilla de aquel lugar, hicieron real, lo que solo es real en el mundo de la imaginación.
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