Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Uno solo. Insultantemente blanco. Vacío, espera.
Y entonces… Sucede.
La pluma cargada hasta el borde de negra tinta pierde altura, se acerca, lentamente y susurra su primer garabato. Es hora de buscar caminos, renglones. De juntar decisiones, comas, fraudes, puntos, victorias, pausas, besos, lo susurrado entre comillas, secretos, aliteraciones, cuerpos, metáforas. Es el sonido incierto de la pistola de salida, el principio para ganar el primer párrafo, para nacer.
Ha sido niño, dicen las letras.
Unos pocos garabatos, pañales en lugar de pantalones. Ahora todo vale, uno y uno suman tres, a duro el palote, bombones y canciones de cuna. A kilo en lugar de por gramos las sonrisas y no poner tilde en las esdrujulas. La cara sucia, mejor los churretones de chocolate, costras en las heridas de las rodillas, treinta minutos seguidos para imaginar un barco de piratas en la orilla de nuestra presa de barro. Un ojo abierto, otro cerrado para la noche en que los reyes aún son magos. Canciones, turrones, vaqueros y bandidos. Ilusiones… más de mil. La cerveza como orín. Y ver todo, ¿y por qué?, y ¿para qué?, y ¿Cómo?, y ¿Cuándo, y ¿de dónde vienen…?. Un gigantesco interrogante y treinta minutos más para buscar en las nubes la forma de una nave espacial.
Es el segundo párrafo, la sonrisa eterna y la mirada expectante.
Es la niñez.
Este, tan antiestético, tan absurdo, tan cuerdo saber porqué, tan frío, tan burdo, y tan abultado exceso de comas, no es más que el empiece del acné.
Se acabaron las preguntas, ahora toca no entender las respuestas. Ninguna respuesta.
La disconformidad como norma. Es hora de empezar a ser de todos los ombligos posibles, el ombligo del mundo. De tener verdad absoluta en cada frase de nuestra boca. Y a las segundas vueltas, llegan las primeras bofetadas, y por primera vez, por mucho que se intente, no sale para el soneto la última palabra.
Sentir, empezar a escribir allí donde los besos dejan moratones en nuestro diccionario. Llorar leyendo el dietario de quien aprende por primera vez que lo quiso ser no se parece tanto a lo que se es.
La tercera parte es una locura de vaivenes, sin hogar y sin camino. Un viernes que no parece acabar nunca.
Es la juventud.
La pluma empieza a llevarse a malas con el papel. Escribe a regañadientes las palabras, se dice, ¿quizá sea esta la última?... quizá también la única. Sofocantes las ideas asfixian el alma, que ahora es libre. Recuerdan las arrugas de las yemas de sus dedos las caricias, ahora que sabe que aún le queda por aprender. Ya no cuenta el tiempo por horas, si no por segundos, aunque ahora uno sabe esperar.
Sin embargo, esta última parte es la duda de saber cuántas letras hay desperdiciadas en esta hoja. Cuantos besos, cuantas copas, cuantos te quiero se quedaron en el camino por perder el tiempo con un lápiz y un papel, por no saber aprender a decir te necesito.
Es la sensatez.
Y ora, cuando nada esperaba tras el anterior punto y aparte, va y se hace camino un huracán con nombre de mujer, de canción, de paseo por Saturno, de cualquier cosa que recuerde que tuvimos alma. Las palabras toman vida por si solas y parece infinitas las edades de papel. Ahora son las tres juntas. La ilusión de la niñez, con las dudas de cada una de las preguntas que fundan hogar en la juventud, con el saber certero que te roba las ganas de tirar la toalla en la madurez. Es ahora cuando te enfrentas con ganas al diario, sin hurtadillas te guardas la sonrisa en el bolsillo, te piensas menos los futuros, y de todos los seres posibles sabes quién eres. Justo en el preciso momento, cuando sabes a dónde vas aunque te quedarás años atrás sin timonel.
Esta es mi edad, esta es la edad de Ruibal.
Bonitas palabras......y muy sabias
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