Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
He perdido el alma y olvidado lugares…
De todos los sitios que aún me quedan, no se me ocurre donde empezar a buscarla. Traicioné a quien más me quiso, cuando no había ningún motivo especial para quererme. Defraudé a mis raíces hasta hastiarlas, las mismas, que de niño fueron mi viento y el recodo seguro donde volver si se avistaban precipicios al final del camino. Me llené de quien a la oreja me daba como vencedor, de todos aquellos que en lugar de gastar conmigo las palabras, me las alquilaban. Me atiborré de halagos, y hasta me creí de una tal Sara, que de todos sus sueños, yo era el mejor. Henchido mi orgullo, y saturado hasta el culo de lo que quienes no han tenido, llaman vanidad, escupí en lo más profundo de mi hogar.
He perdido el alma y me he quedado sin andares…
Sin camino, el papel se me hace eterno, no tengo pasos, ni un lugar para ir o volver. Caminar, hoy, es un verbo para el que no tengo primera persona del singular, del nos, ni puedo hablar sin que me tiemble la garganta, del pliego donde escribí mi leyenda solo queda un rollo en el WC.
He perdido el alma y…
De pronto, levanto la mirada de este papel que escribo, sin remedio se me va al mueble bar y esquivando una botella de Talisker de veinte años, me encuentro con una fotografía. No es tan vieja, aunque lo parece. Es Mónica, pero su sonrisa ahora es hierática. Aunque no lo recuerdo, yo pudiera jurar por Dios que en su día supe del sentimiento del que habla su boca. Pero, no puedo, no quiero, no tengo el valor suficiente como para aguantar esos castaños ojos, ni siquiera en lámina.
Es entonces cuando lo sé, delante de mí, donde siempre estuvo es donde se encuentra mi extravío. Es quien sacó la foto, yo mismo, en una casa modesta, en un tiempo donde el rojo de las cuentas se teñía de verde con tan solo una mirada, es allí donde está instalada.
Es entonces cuando me devora por dentro hasta el último átomo de la conciencia, la idea, de que no perdí el alma, sino que la derroché por nada.
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