Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
David se levantó aquella mañana como si fuera una más. Puso la cafetera al fuego, mientras abría una bolsa de magdalenas que su mujer había hecho hace algo más de siete días. En el armario más cercano al frigorífico de color plateado cogió una de las tazas grandes. Le gustaban. Desde hace unos años que las coleccionaba de todas las formas y tamaños posibles. Eligió una sencilla, de color blanco, con el borde donde posar los labios marcado en rojo. Una vez dispuesto el desayuno se sentó en el mismo lugar de la cocina que siempre utilizaban para desayunar. Pero le faltaba algo, su mujer, llevaba ya un semana en Bilbao donde abrían un nuevo restaurante de la franquicia para la que trabajaba.
Sacó la foto de la cartera, después de dar buena salida a dos de aquellos bizcochos caseros empapados en café. El rostro de Luna ocupaba todo el retrato. Aunque últimamente aquel nombre parecía haberse puesto de moda, cuando la conoció, no era para nada habitual. Ella tampoco lo era. Aparentaba tener menos edad de la que realmente tenía. Sonreía bordeando la risa, sus ojos eran castaños, su flequillo irregular. Destacaban dos pendientes en forma de aro, su tez era suave, especialmente en su hombro izquierdo que descubría con gracia con tan solo un tirante como escudo. Pensó entonces mucha suerte. Que una mujer así se hubiera fijado en él ya era un éxito, pero que además le quisiera por tanto tiempo, podría decirse que era hasta un milagro. Ya no la quería como el primer día, ahora la amaba más que a su propia vida.
Quiso llamarla, pero sabía que estaría ocupada y no quería molestarla. Le mando por tanto un mensaje al móvil, escueto, simple, sencillo. Para lo que quería decirla, sobraban las palabras. Solo usó dos. Te quiero.
Guardo la cartera, cogió algo de dinero y decidió bajar al pueblo para comprar algo con lo que poder hacer una cena al día siguiente. Ella volvería esa misma tarde. Decidió bajar andando, aquel paseo le sentaría bien, no eran más de veinte minutos y no compraría demasiado. Quizás algo de jamón ibérico, un poco de foie, pan y vino de Ribera. Con eso bastaría. Calzó sus botas bajas que usaba normalmente para sus caminatas y salió a la calle feliz.
Andaba ya cerca del barranco cuando vio que un coche se acercaba. Prudente, se aparto del arcén y bajo el ritmo de sus pasos. En aquel coche iban una mujer joven y su padre. Se dibujó una sonrisa en su rostro. Ella se alegraría cuando le dijese en la cena que por fin estaba convencido para dar el paso y tener niños. Estando a su altura, incompresiblemente, el coche dio un brusco giro dirigiéndose hacia él. No tuvo tiempo para reaccionar.
Sonó a la vez que aquel vehículo se lo llevaba por delante el sonido de un mensaje. Aquel texto que no se leería nunca, también era escueto, simple, sencillo. Tan solo decía, yo también te quiero.
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