Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Al doblar la rodilla, Luna sintió una rigidez exasperante. Hace solo unos días que el traumatólogo le había diagnosticado bursitis. Aquellas extensas rutas que hacía a menudo con David, le habían derivado a aquella lesión. Quien se mueve, tiene más riesgo de herida, que quien asienta el culo a diario en el sofá, pensó ella. La falda de color arena le tapaba con gracia de la espinilla a la cadera. De un discreto vistazo, observó que se le había enrojecido la articulación, pero de momento solo eran molestias.
Aquella contrariedad no vino sola, afortunadamente. A su cabeza le trajo un recuerdo, un buen sabor de boca y una sonrisa. El fin de semana anterior vino a su mente. A pesar de que se iniciaran los trabajos del restaurante el lunes, ella había decidido realizar el viaje a Bilbao el viernes. Podría adelantar trabajo sobre el estudio de mercado que debía hacer, y le interesaba especialmente ver cómo funcionaba aquella zona en fin de semana.
Pero los planes son tan solo eso, planes, y Luna ya sabía lo suficiente de la vida como para entender que un línea en un mapa, solo es una línea. Así que cuando David se presentó allí ese mismo sábado con una sorpresa de no aniversario, no dudó un solo segundo en aparcar el trabajo y aceptar.
Había reservado esa noche en el parador de Argómaniz, a poco más de sesenta kilómetros de donde ella estaba, pero ella no lo supo hasta llegar. La llamó al móvil para ver donde estaba, la pidió que bajara a la puerta del hotel que le pagaba su empresa con una pequeña maleta con lo básico para una noche y medio día. Allí estaba él, sonriente y sin que el exceso de kilometraje le hiciera huella en la ilusión.
Al llegar, se sorprendió. El palacio renacentista hacía de rey para la habitual belleza de la llanura alavesa. Habían visto la sierra de Gorbea, y el pantano de Ulibarri. Una vez dentro, se quedó absorta en la historia de los muros de aquel lugar, y no le extrañó en absoluto, que Napoleón repusiera fuerzas allí antes de su asalto a la ciudad de Vitoria. La madera era el principal aval del mobiliario y de aquel restaurante al que los años habían dotado de magia.
Cenaron allí mismo. Al recuerdo le vinieron los platos uno tras otro. Empezaron con unos perretxikos, aquella seta de primavera era deliciosa. Se siguió con un Bacalao al Club ranero perfecto, para terminar con goxua de postre. Regaron la velada con una botella de un buen blanco de Luis Cañas del 2008. Con aquel sabor a fruta madura aún en sus bocas soñaron futuros de la mano paseando por el entrañable pueblo de Argómaniz.
Supo entonces que aquel lugar, quedaría grabado en su corazón, y que aquel hombre, ya había grabado a cincel su nombre en su alma.
Rompió todos esos pensamientos el sonido de un mensaje. Curioso el destino. Aquel mensaje de texto era siemple, sencillo, escueto. Tan solo, un te quiero. Ella, tras desanudar el nudo en la garganta respondió a la vez que un escalofrío que no llego a entender le recorrió el cuerpo de pies a cabeza.
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