Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
A pesar de estar en vela a tan temprana hora, aún quedaban demasiados rastros de sueño sobre el cuerpo, que evidenciaban que Roberto no había despertado aún. Era una mañana cualquiera, sin embargo el humor, el bueno, estaba de su lado. Preparó té, mientras sonaba I must be saved de Madeleine Peyroux. El sabor de los lunares de Esther aún perduraba en su boca. Lo saboreó. Ella dormía.
Sorbió de la taza cuidadosamente por miedo al exceso de calor. Un humeante hilo que salía seseante de la taza daba pistas que había sobrepasado el tiempo correcto para que no llegara a hervir el agua. Pese a su cuidado, se quemó. Curioso el ser humano que a pesar de las evidencias tropieza, pensó. Era lunes, pero festivo. Así, el cuerpo asumió enseguida la piel de domingo. Ella aún dormía.
Encendió su ordenador, y ocupó el sillón que habitualmente ocupaba su compañera de piso. Se había enamorado, lo supo cuando un temblor de la cama le dio el aviso de que ella estaba despertando. Desesperaba por volverá a ver un día más. Esperó con la mirada clavada en la puerta de la habitación, pero nadie la abrió. Ella no dormía ya, ahora lloraba.
Roberto recordó la noche anterior. Le acompañaba ahora Instead. La escasa luz en la cama le impedía ver el humo seseante que desprendía el cuerpo de aquella mujer. Se quedó solo con los besos, con sus manos palmo a palmo reconociendo de nuevo su cuerpo, con el sabor a madera del vino, con las arrugas de las yemas de esos dedos desgastados de amor, con la mejor de las partes del cuento, con la conciencia tranquila de quien sabe que no lo puede hacer mejor.
Ella abrió la puerta, se miraron a los ojos y por segunda vez en el día, él se quemó
Roberto no quiso más palabras, no hacen falta cuando uno se da cuenta, de que en una mañana cualquiera, también pueden romperte el corazón.
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