Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Lucio pidió, de nuevo a cuenta, un sol y sombra más. Había perdido la suma al sexto de los vasos, aunque más que eso, había dejado en la barra de aquel típico bar, todos y cada uno de sus recuerdos. Aquel era su sexto día ebrio, el primer lunes después de dos días que no iba a trabajar. La barba le ganaba desordenada el cuerpo a cuerpo a la piel de su rostro. La ropa descuidada le traía sin cuidado, de manchas el pantalón de pana, de hedor el jersey de rombos desdibujados.
A primera vista, cualquiera hubiera dicho de él, que bebía para olvidar, sin embargo no era el pasado lo que aterrorizaba a aquel espigado andaluz de más de metro noventa. El miedo residía en el futuro. Justo en el día de mañana, se cumpliría una semana de que le hubieran diagnosticado un cáncer terminal. De dos a tres meses le dieron, sin saber, que no el tener futuro le hacia no querer presente, no sentir pasado.
Sofía, abrió la puerta del Bar El Cachirulo. Su falda era de tubo, pero cómoda. Sus botas de ante, marrón claro, dirían los mas pudientes color garbanzo. Su tristeza era de órdago cuando ante sus ojos, al principio de la barra, vio a su padre tambalearse por tercera vez consecutiva. Se acerco tan dolida como vencida hacia él. Ninguna de las promesas de la noche anterior había sido cumplida, lo abrazó mientras lloraba sin derramar una lagrima y con más tacto del que le pudiera quedar lo sacó, mientras recibía una tras otra, la misma protesta.
- Hija, solo una más.
En poco más de media hora, consiguió lo que era cosa de no muchos segundos. Abrochó ambos cinturones de seguridady con la misma frase anterior una vez en sus oídos, arrancó el coche. Le miró mientras conducía por las calles desiertas del camino mal asfaltado que terminaba en su casa. Realmente quería a ese hombre, o al menos, lo que quedaba de él.
- ¿Por qué padre? – le interrogo con ternura
- Hija, solo una… un… una más
- Por favor… -sollozó- , yo sola no puedo, me prometiste que lucharíamos los dos. Papa… por favor
- Una más… solo un…
- ¿Para qué? – le grito por primera vez mientras abría la cancela de las lágrimas
- PARA OLVIDAR QUE MUERO…
Al mismo tiempo que Lucio mordía con rabia el silencio, se estiró. Su robusto brazo izquierdo, agarraba el hombro escueto de su niña. Con la mano derecha, apoyaba para ello el peso de su cuerpo en el volante. Sofía no puedo contralarlo, giró brusco, tanto que las ruedas delanteras se bloquearon. Sin control, el Seat Ibiza de color blanco se fue sin remedio por aquella cuneta que daba a un pequeño barranco. El coche cayó, llevándose a su paso a hija, padre y David.
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