Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Por muy fuerte que caiga, hay cosas que la lluvia no se lleva nunca. Eusebio lo sabía, por eso, aquella mañana de martes, veintiocho de diciembre de dos mil diez se había levantado con el mismo mal humor de siempre. La aguja pequeña del reloj aún no había llegado a las nueve de la mañana, pero más de cuarenta años trabajados a la espalda dejan secuelas. Una de ellas, era madrugar en exceso cuando nada se tenía que hacer.
La temperatura de la casa era estable. Las ascuas de la chimenea aún resistían desde la noche anterior al frío que se adivinaba desde la ventana. Aún no había salido el sol, pero la luna parecía ya cansada de reinar, en fase menguante iba dejando a poco pasar la luz que en breve despertaría el ansia de la cuidad.
Su espinazo fue el primero en quejarse. Le recordó con todo el rencor que puede asumir una espalda todos aquellos años en que anduvo mal posicionada en una triste silla de oficina. Encendió más por costumbre que por gusto la máquina que se había regalado por Navidad y metió una capsula de café Roma. Las notas ligeramente tostadas y con cierto gusto a madera eran quizá más propias del final de una comida, pero la virtud de la madurez es hacer propio lo inapropiado.
Siguió su rutina matinal. Taza en mano se dirigió a su pequeño salón, encendió el equipo de alta definición, y mientras sonaba When we dance se relajó en su sofá de una sola plaza. Sorbió lentamente su café, cerró los ojos, y le pudo el recuerdo. Como si le hubiera estado esperando, escondido en cualquier lugar, le sorprendió. Una mañana más. El rostro de Ana se dibujo en su memoria, y pese a que el tiempo ya le hubiera robado más de veinte años como bien le aseguraba el espejo, la pintó a todo color, con todos aquellos detalles que solo recuerdan aquellos que en sus presentes, no tienen más que pasados. Una lagrima, como cada mañana, volvió a recorrerle la cara. Aquella gota salada y diaria surcando sus mejillas era lo más parecido a una caricia que podía recordar.
Un timbre violento y generoso rompió el maleficio auto impuesto. Tengo que cambiar este maldito tono, pensó. Abrió la puerta, muy extrañado, ya que esa mañana no esperaba visita. Realmente, nunca esperaba a nadie. Precisamente, fue eso lo que encontró, nada. La secuencia se repitió varias veces, hasta que al final cayó en la cuenta. Era el maldito día de los santos inocentes. Es cierto que Eusebio no atesoraba dentro de sus cualidades una donosura excesiva. Pero, la verdad, ¿a quién no lo parece descomunalmente retorcido conmemorar la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén, a base de chanzas?
Sonó una vez más. Con el grado siguiente al enojo dirigió sus pasos a la puerta. Abrió con ferocidad, y regaló su verbo a las palabras más zafias que cincuentaicinco años de existencia habían dejado en su extenso vocabulario. No pudo usarlas.
Sorprendentemente esta vez sí se encontró con algo.
A sus pies, descansaba como si siempre hubiera estado allí, una caja de cartón.
A sus pies, descansaba como si siempre hubiera estado allí, una caja de cartón.
Comentarios
Publicar un comentario