Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Sentados a seis, salió aquella palabra para la que valen casi todos los trajes. Felicidad.
Era media tarde, y en nuestro recuerdo aún reposaba el agradable aroma de la mejor de las cocinas, ese que deja en el paladar un inconfundible sabor a hogar. Recién terminamos el postre, decidimos por votación popular regar un poco el alma con Maria Brizard teñido de ron. De vez en cuando, no viene de más darle rienda suelta a las palabras para que hagan su trabajo.
Felicidad es posiblemente de las palabras que conozco la única que no tiene sinónimos. Se le acerca Bienestar, pero le falta garra. Prosperidad me sabe a comercio, a truco o trato, a economía. Placidez me duerme. Ventura a suerte más que a determinación. Alegría a momento. Euforia al mínimo instante que viene después de uno de esos besos que hacen menos órgano al corazón. Bonanza a Sancho, y ya saben ustedes que a la única monarquía que me permito no renunciar es a la del hidalgo. Triunfo, victoria, goce, delicia son tan solo las caricias que deja a su paso la Felicidad. Si lo tiene, les aseguro que yo no lo conozco.
Partimos entonces desde allí, poniendo y sumando razones para ampliar nuestra antología humana. A estas alturas, ni la imposición, ni la verdad absoluta, entran en nuestro repertorio. Hubo quien dijo que es tener cubierto mantel y tacto, otros hablaron de equilibrio y más o menos nos fuimos acercando a que ese vocablo depende, como casi todo, de uno mismo.
Nos dimos cuenta pronto que no gustaban más las preguntas que las respuestas, ¿Cómo ser feliz?, ¿es lo mismo para todos?, ¿Quién define el camino para conseguirlo?, ¿es quizá solo cuestión de azar o más bien de destino?, ¿cuesta menos de aquello que podemos pagar?, ¿es el conocimiento puro o la pura inconsciencia? ¿Es feliz el campesino, que labra su propia tierra, ama su mujer y se conforma con eso?
En principio podemos asentir a la última de las cuestiones. La idea nos complace. El trabajo de manos se suele ver con buenos ojos, y ¿quién se salta la vieja norma de juzgar a quien poco tiene?
Pero, si respondemos sí, como responderíamos a estas; ¿lo es el alcohólico que no sale de la taberna y tiene de sobra para una copa más?, ¿el escritor que cambia toda su obra por la musa?, ¿el banquero que desgasta la madera del ábaco?
Me pregunto si es un derecho o una obligación. A veces, es posible que le demos a este término la acepción de posesión, a pesar de que se empeñe en decir el refranero Español, que no es más feliz quien más tiene, si no quien menos necesita.
Pero con sinceras por delante, solemos buscar siempre en estas nueve letras la razón de nuestras peticiones. Nacen de ella nuestras posesiones presentes o soñadas, y los buenos y malos actos que cargamos a las espaldas.
Hoy sin embargo, me va más a medida, aquello de que la felicidad es un motivo permanente que me haga sonreír.
Si hablamos de lo que no tengo, es cuando pienso en todo lo que no vi, en lo que no conozco, en lo que no descubrí, en todas y cada una de las desconocidas que alrededor de una mesa me pueden todavía sorprender.
Les diré, para ir terminando y no enredar demasiado, que ser La Zalema te obliga a tomar partido por ninguno de los partidos, y tomar perspectiva, y no creerse del todo el diccionario. Al fin y al cabo, uno piensa que la felicidad es un momento, como aquella tarde, sencilla, en un hogar, al refugio de la chimenea, con tres damas, mi hermano de andanzas, y un caballero.
Quizá sea todo más sencillo, y la felicidad, sea la buena compañía.
aunque busquemos en el mundo la felicidad, sino la llevamos con nosotros nunca la encontraremos....y que feliz soy yo a vuestro lado, con vuestra compañia, con cada minimo detalle, con cada gesto, con vuestra sonrisa...con vuestra simple presencia...
ResponderEliminarp.d.campanilla