Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Werner Fischer pensó que ya que no podría cumplir la promesa que le hizo a su hija. Su viejo amigo, el Doctor Heinz, había sido muy claro. La pequeña Verena, no pasaría esa noche.
Nevaba aquel veintinueve de diciembre de mil ochocientos noventa y seis. El aderezo de pino silvestre llameante calentaba los cuerpos de los dos hombres, que a los pies de la cama de la pequeña se miraban. El gesto de negación, con la marca del dolor inequivocable, de quien aprende que el destino no está en sus manos, no era disimulable. Los síntomas eran definitivos. La fiebre alta, las erupciones por todo el cuerpo, esa extrema postración y lo peor, aquellos delirios y miradas perdidas. Era Tifus.
Werner, pidió a su amigo que lo dejara solo, era la hora de despedirse. Marchó al despacho y recogió la caja de música que cien años antes el relojero Fabre, había inventado. La primera caja de música. El cilindro de clavijas estaba averiado. Había prometido a su pequeña arreglarlo para su cumpleaños. La pequeña soñaba con escuchar que melodía escondía aquel mágico objeto.
Trabajó toda la noche al lado de su hija. No hubo, ni sueño, ni cansancio. Quien fue padre sabe lo que es el amor incondicional. Lo consiguió, estaba arreglada cuando descubrió entonces una inscripción en la que se leía; La magia de verdad, es eterna.
Su hija, recuperó la lucidez por un momento. Lo miró, luego a la caja, después de nuevo a sus ojos. Le vinieron entonces tantas emociones y sentimientos que no pudo más que llorar. Se tumbó junto a ella, la abrazó, le cogió la mano, y juntos abrieron la caja. Juntos escucharon la melodía más bella que jamás nadie hubo imaginado.
A la mañana siguiente cuando el doctor y el sequito fúnebre entraron en la habitación, se llevaron una gran sorpresa. Werner Fischer y Verena Fischer habían desaparecido. En su lugar, descansando sobre la cama, encontraron una pequeña caja de música que no emitía sonido alguno.
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