Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo
Gusto de considerarme caballero incluso cuando quien comparte tablero dista de saber de Damas. Trato de medir en milímetros la palabra, y vetadas tengo todas aquellas, perdónenme la licencia infantil, que “cabieran o cabiesen” dentro de un corazón. Hoy, que me muevo por el alambre del lío con el arte de liarla, sin perder de los documentos el de las identidades, sigo guardando la silla de montar en las caballerizas.
Reconozco que perder el dolor puede ser la causa principal para la perdida de la palabra. Ora que uno anda con la magia rondando, pierde de la cabeza esas tristezas tan adecuadas para las letras.
Olvidados los pasados, cuando uno se piensa los futuros con vestidos de lentejuelas, sale caro pintar La Zalema con suficiencia de dramas, con el punto justo de lágrima, con poco de sal y mucho de pimienta.
Ustedes me perdonaran, y en mi defensa solo tengo un nombre. Menos perdón merezco si además, les pido que tiren de paciencia, ya que hasta el dieciocho de febrero, no le toca a uno, hablar de princesas.
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