Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo
Para María Trueba que en una mañana
de mayo me sirvió de musa sin saberlo:
Ensayo mis caricias en tu espalda
sensualmente disfrazada por tu piel
que me dispara un efluvio, color miel,
al tacto de mi mano imaginada.
Quiebro mi emocionada vista
en el salto de tu espalda en botella
donde se enzarza juguetona la melena
que cae en cascada sin dejar pista.
Expongo mi nombre en tu fruta
delicioso melocotón aún a madurar
que me provoca y me incita a amar
dejando mi mente torpe, mísera, bruta.
Por favor, no vuelvas la mirada
déjala siempre mirando a la entrada
para yo desde la salida comer tu espalda
donde dejaré una quimera clavada.
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