Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Con el pasado plagado de hipotecas fui a un martes cabrón de futuros inciertos. Fue en Febrero, hace tan solo un día y sin luna de por medio. Con la luz de reserva encendida y las maletas perdidas en cualquier aeropuerto, uno ya no recuerda a estas alturas si viene o si va.
Aprendí a base de fuerzas que es necesario para poder levantarse primero hundirse. Y en cuestiones de Titanic, cualquiera que me sepa, me reconoce bueno. Lo que más quise fue lo que más me quiso matar y pese a las trabas de mis pensamientos que me dictan que tire la toalla, no puedo evitar tener esperanzas cuando toca de nuevo empezar a soñar.
Ayer, fue el día perfecto para comprar todas las acciones de vudú. De porque me dolía el corazón solo tengo la certeza. De la sensibilidad de mis yemas, solo me quedaron estigmas, de la cama, solo la pesadilla diaria que me recuerda que por mucho que me empeñe en olvidar, a veces, los sueños, sí que son de verdad.
Hoy es otro día. Me costó levantar el alma, pero pude. Fue entonces cuando sucedió, y a bocajarro, como nunca lo había sentido, me asaltó de frente la pregunta:
- ¿Merece esto la pena?
- Por supuesto que sí.
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