Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...
Te marca el piano, como si fuera el corazón la entrada. Lo sabes, es hora de componer, de hacer de las posibles, la mejor canción, el mejor soneto, la mejor carta de las cartas perdidas.
Toca olvidarse de lo aprendido, de invertir más allá del olvido, de conseguir de los posibles, lo que nunca has conseguido.
Toca… Joder con el papel, de nuevo, por primera vez.
Un frente a frente, una última ordenanza donde dejarse cada último recoveco del alma. Una vez más, ser más tú de lo que ya eres, una vez más, sorprender con magia a las rutinarias.
Del trastero legañoso, toca, secar las legañas, romper en cien mil cien pedazos las perezas presentes que atan las palabras. Es hora, de volver locas a las cuerdas sensatas que te atan al abismo pasado.
Dirán los que no saben que es hora de hacer magia con las palabras, dirá uno que aún sabe menos, que toca dejarse llevar y dejar que el término de una silaba te ponga de frente a la siguiente.
Es fácil, si no lo piensas, es difícil si no lo intentas…
Erase que se era un escritor que escribe sin más, sin editores, sin fechas de caducidad, sin el miedo ultrajante de los artistas del gustará o no gustará.
Erase la palabra sin precio, sin piedad, crudité del verso, y en el punto justo para que duela y no duela.
Erase un virtuoso de la ñ, que perdió por jaque la partida a las frases y sabe que jamás tendrá la oportunidad de inventar aquella que le mata, aquella completa que escribió un incompresiblemente desconocido Ruibal, aquel perfecto anacronismo, aquel perfecto epitafio que uno quisiera para su muerte, aquel duelo a muerte que dice…
“Si no me mata tu amor, me matará no tenerte”.
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