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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

La última pareja

Cuando respondí, no me respondieron, y de aquellos tiempos donde uno aún pensaba con el alma prácticamente no me queda nada.

Me salen muy caras las ideas para hablar de ellos, ora que en los bolsillos voy muy justo de fantasía. Lamentablemente no dispongo del suficiente talento para explicar con letras lo que se dice sin palabras. Neruda diría que le gustan cuando callan, cuando hay silencio, cuando no hace falta decir nada.

Yo, me limito a sonreír por dentro, a animarles a que en su pensamiento sigan teniendo tan claro que merecen la pena. No es envidia, ni siquiera admiración. Es instinto de supervivencia, y saber, que mientras en pie siga la última pareja, habrá esperanza.

Bichito, le llamó ella con los labios perfectos llenos de corazón, derrotando cualquier atisbo de duda sobre el origen de la magia. Me gana la ternura de sus actos, sus formas, aquel sombrero que guarda una chistera, sus pasiones, dos ojos del color del mar, sus pequeños enfados, sus corduras, sus defectos y todas aquellas historias que se vislumbran detrás de las puertas cuando el día es cosa de dos.

Viéndoles, de nuevo parece fácil volar sin alas. Es un tango perfecto con los ojos llenos de miradas. La magia de compartir cama, vuelve a tener sentido ahora que vivo perdiendo la calma en cada latido.

Cuando uno les ve de cerca, un armario para dos deja de ser mito. Es entonces cuando te ganan la partida las ganas de no perderse en los excesos de la noche, cuando quieres que por la mañana el espejo no le devuelva un clown a tu cara, cuando no parece tan milagro que dos personas compartan lado en la cama. 


No son, ni Magno, ni Troya, simplemente, Elena y Alejandro.
La última pareja, la última esperanza.

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