Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo
Corrían las cinco de la mañana cuando el cerebro me pidió tiempo muerto. Por mucho alcohol que me eches -advirtió-, ya no puedo estar sin pensar. Pincho su rueda justo en la fase del desfase, cuando para besar sin ganas haces de corazón tripas, vas sin casco o caes en mejor horterada que el resto del rebaño que paga a quince euros la entrada de aquel lugar donde a uno le debieran pagar por entrar. Vidas perdonadas por gorilas de puerta, las dejamos para un especial.
Pasamos de los sesenta a los setenta, de los ochenta a los noventa, y de estos últimos al ruido. Dicen algunos, ruido de calidad, pero cuando los sonidos rompen más que alimentan la palabra, por mucho envoltorio con que venga, se queda en lo que se queda. Ruido.
En su fauna contaba con tontitos a mansalva, el guardarropa sin secretos, en la barra posturitas sin pose, algún chaval con los lunares del alma por fuera, biceps de garrafón y cuanto más se vea de teta, mejor que mejor. Sombrero sin chisteras a granel, la copa con más hielo del permitido y la hartura de estar harto de preguntarse ¿Qué cojones, hago aquí?
Excluyendo de lo que ya llevaba conmigo, me queda en los bolsillos después de doce horas de noche, tan solo dos nombres. Belén y Diana. Dos mujeres, que parecen tener más adentros que miradas, dos historias con diván para poner los oídos a trabajar, quizá dos vías de escape entre tanta mediocridad. Dos de las pocas veces que te quedas con ganas de un rato más.
Entonces, la falte de ajuste de paciencia de mi hermano, la certeza de que alejar los pasos una vez alejados era poner rumbo equivocado y la gran pregunta ¿cómo explicar en tiempo record, que uno, no es uno más?
Resumido:
Tiempos modernos, el avance, la nueva degeneración...
Mucha carne y poca chicha.
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