Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo
Como explicarle a alguien quien eres, cuando eres tantas cosas a lo largo de un solo día. Cuando es tan grande el riesgo de perderse a sí mismo en la vida. No entiendo muy bien los motivos que hoy, si me llevan a dejar un trocito más grande de mí. No obstante, no es que peque de exceso en motivaciones. No creo que sea de etiquetas, adelanto, ni de lemas, aunque sí puedo decir con todas sus letras, que soy de verdad.
En una noche cualquiera de febrero quería escribir para mí y no para el general. Prefería desnudarme unos trocitos de esencia, solo. Vestir las palabras con carácter privado, ora que hace tiempo que publico por cuenta propia más cuentos que vida.
Con el sol huido hace ya horas, me tengo solo en un cuarto, con un papel, un trozo de recuerdo, unas palabras de mujer, y una impresión, elegante y discreta. Me tengo con la pregunta sin respuesta de por qué me importa tanto la palabra, de por qué me hace tanta falta.
Frente al espejo en el dos mil once, son más fáciles las miradas.
Venderse por pesetas aunque obsoleto parece de moda.
No vales más, que lo que vales, incluso, aunque nadie lo sepa.
Sin embargo, después de tan enrevesado revesar de lo pensado, sigo en mis trece. Con la misma fuerza y sin abrir la boca, podría gritar; creo en el verso humano, en el honor de uno mismo, en las cadenas sueltas para el alma que aprende a volar, en la verdad aunque esta pudiera llevarte al abismo, en el instinto.
¿Para qué entonces seguir escribiendo, para qué, si digo en esencia, lo mismo repetido?
Supongo que para firmar mi derecho firme de creer.
Para al final darme cuenta de que escribo a estas horas para ti, para que al final del todo pueda decirte una frase que te deje sin palabras.
Para que sepas, como ya dije al principio, que puedo decir con todas sus letras, que soy de verdad.
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