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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

Gunitando

Firmamos el viernes tratado de palabras.
Muy pronto, los cinco reunidos, supimos que de los límites del cuerpo, olvidaríamos ese día los propios.
Hoy, que decido cada paso, que no cuento cuentas, ni tengo extradiciones pendientes. Me equivoco lo justo cuando se trata de compartir mesa.  
Ya pasada, sé que esa jornada, la llevaré siempre conmigo.
El medio día, llevó a la tarde. Por el camino nos llevamos con nosotros un trago de Mallorca, uno de Cádiz, uno de La Rioja. La tarde, nos quitó  pronto el sol. Para jugar a las intimidades es mejor ser parco en luces. Venía la noche, llena toda de la luna, y acabó por llevarnos de todas las Sevillas, a la Nueva.
Aunque no me creía, subí de nuevo, de abajo arriba, la calle Caño. Justo igual, que cuando tenía corazón. La mirada se me escapaba de la conciencia, sola giraba a la izquierda. Uno, en tales condiciones, es normal que piense que la vida es una hija de puta. Más si el  colorín colorado, te coge por a la espalda y a traición.
El Mediterráneo ya no lo era. El Pórtico había cambiado el rojo por el salmón. Todo era lo mismo, y sin embargo, nada era ya igual. Confirmé con piel propia, que al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver.
Sin embargo, de entre todas las voces, se alzó su voz. La miraba como olvidamos el resto mirar, y entonces, a bocajarro, después de diecisiete años, dos niños caminando y uno más en camino, soltó:
- Pero que buena estas… Te quiero.
Callé. Y mi silencio se llenó de esperanza.  
Quizá aún no es tan tarde, quizá...

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