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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo ...

Aquello de Don Alonso Quijano y Don Quijote

Partiremos desde el corazón de la historia, donde no sita el principio.
Del lugar de donde soy, hoy no quiero acordarme.

Respiré al aire de las rutinas el tiempo imprescindible para no dedicarme a ellas en exceso. Suele bastarme en la taleguilla un par de ducados para pan y vino. Lo aprendí de los libros de caballería en esos tiempos donde ya no quedaban caballeros y las damas habían dejado de ser un misterio. En aquellos compendios de hazañas y honores encontré un sujeto extraño para el cual no tenía aún predicado.
Había hallado princesas.
Cierto que parecen molinos lo que son gigantes, o viceversa, ya ni siquiera lo recuerdo entre fiebres. Lo seguro, es la marca de mi lanzada en el ladrillo del toboso, como firma, como registro de aquella vez, en que totalmente cuerdo, decidí ser un loco.
Hoy la cuerda me la pone Sancho, el panza, el bueno, el local, el que me hace bajar el vaso por estatura cuando reunimos condiciones suficientes para brindar. Me miente de veras o según convenga, con la razón de su parte, siempre encuentra argumentos para recortarme las alas  a mi creencia. ¿Quién le combate las lógicas con Dulcineas?
Cerca me rondan, barbero, licenciado y cura. Se pierden en mi mirada perdida, parece que los años no son suficientes para saberme. Buscan el camino de mi montura, sin saber que en mi escudo, mi lanza, mis fracasos, mi verbo y mi barba tengo los pasos.
Fue el caballero de la luna quien me puso en cintura, o quizá fuera un sueño, prefiero que no me alcance la memoria para traerme de nuevo su rostro. Me perdona la vida, pero me quita la forma de mirar a un mundo que ya no puedo mirar. Colgar en mi percha ideas y calzas me deja sin cinturón.
Rocinante espera afuera sabiendo que no volveré.
Es la pena flaca de intereses, que me cuelga fiera del cuello, es el cordel de la guadaña, es morirse de pensamiento…

Me venzo, me pierdo, enfermo…
Gracia de Dios, rezarán los libros, de quien quiso ser Don Quijote y acabo siendo Don Alonso Quijano.  

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