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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

Toca

Surge la idea, como eco de la resonancia del espejo del movimiento. Va. Sé. Me pongo complicado cuando hago carbones los pensamientos aunque la tinta salga del Dell que me pisa los sueños. No le culpen, es el dueño.
Hoy toca vestir de lujo la idea, de soñar con que no nos restan las esperas de que el mundo puede ser mejor de lo que es, de cosernos las mallas hasta hartarnos de hartarnos al cubo y otra vez, de pedir las afrentas de la ronda que supone volvernos cuerdos con las madrugadas de traje, corbata, y lata para comer…
Hoy toca consumirse en las aliteraciones que alitero para hacer frente a la afrenta de la falta de talento que me corroe los dedos, a las lágrimas que me coleccionan sin permiso el hielo derretido que me rompe…
Hoy toca leerte la carta que nunca escribiste para morirme en ella, para vivirme en el margen derecho, justo donde no llegan aquellas palabras que te tiemblan en las noches, en la conciencia, en las oraciones, en esas religiones que por falda corta y alma altanera nunca aprendiste.
Y qué decirte que no te hubiera o hubiesen dicho ya, cuando se vende el refrán a peseta extinta en los mercadillos de bar, con que aliviarte la tristeza que nadie te puede aliviar, con que pagarte la deuda, más objetivos, más el alivio que aunque pagaste con alma, nunca pudiste encontrar.
Va en el cajón del desorden este texto corrompido, ilícito y con la mala saña de quien con todo perdido se sabe ganado, de quien huye del rebaño, de quien te dice que tu idea, vale mil y un millones de veces más que estas letras, y orgulloso, como soy, te las regalo, para que las cedas, para que las quiebres, para que te las lleves donde nadie, ni siquiera quien pudiera, pueda leerlas…
Hoy toca…
¿Mañana?

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