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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

De cordones (los umbilicales)

Mira vos por dónde, que me acordé hoy de un boludo, y me cantaron en exceso las faltas de que falto al no decirle que me costa su nuevo color de alas. No hace mucho, seguro lo recuerda usted, platicamos el uno con el otro de cómo recuperar partidas, de ilusiones rotas, de alguna de las minas que entraron para salir por nuestras vidas llevándose casi de gratis parte de nuestras visas, de vueltas y locas, de la gran batalla, de la guerra perdida.

Y mira vos hoy. Ya están los tontos haciendo tonterías, jugándose con tan solo la esperanza parte de la vida, hay están esos dos de las lunerías jugando a sonreír una vez más. Hay, mírate, míranos, como por mucho que sangre la herida, nos viene tras una despedida una nueva bienvenida.

Te hablo de cordones (los umbilicales), por ser uno de esos lazos que atan a querer seguir. Que como decía no se qué pelotudo, amarran por derrotas y victorias. Es aquí cuando me pierdo si me ponen hora para nuestras huidas, si en la pelea con tus ganas no puedo con la cesta de las manzanas podridas.

Anda diciendo ahora ese loco que va por ahí dando “clases de morbo Mesalina”, pienso yo, que debiera ser grato poder aprender. Como hago de tus modos o tus gestos, de tus certezas, de tus impurezas, de tus deslenguadas lenguas, de tus rarezas sobrinas de mis rarezas, de tus prisas, de tus penas, de tus vistas y perezas, de tus conquistas, de tus fracasos… de tus promesas.

Ni con miles de mis manos ya puedo contar los cigarros que disfruté con usted, ni la perdida, ni las perdidas, ni los culos de JB, ni las olas del mar, ni las lunas vacías o llenas, ni las risas, ni mucho menos los goles de Omar.

Ni con miles de mis sueños pago ya lo que te adeudo, ni los añejos Glen Coba, ni las penas, ni la rabia, ni las lágrimas, ni la ilusión. Ni mucho menos los limitados momentos en que aun se pone de nuestra parte la razón.

Y del peligro, hablemos del grande, del que lleva a pensar que si existe ese sitio para ti, ese mismo que ora parece esperar. El peligro, el puro, es aceptar el guante que te reta a encontrar lo que un día prometiste soñar. El peligro, el esencial, es cansarse uno de sus cansancios y de nuevo volver a saber como querer saber besar.

El peligro, amigo mío, es levantar la copa ahora y tener porqué brindar.

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Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

Silueta

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