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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

De lunes a viernes

Unos años después de comer perdices Roberto se miraba en el espejo cuadrado del recibidor de su casa sin encontrarse. Su cara le parecía la misma de siempre, aunque el paso de los años se veía levemente comparando aquella imagen con el retrato de bodas que posaba en el mueble de la entrada. En esencia estaba ahí; su cara rechoncha y poca agraciada, sus ojeras fracasadamente resucitadas por cremas y ungüentos, su boca de hilo y de media sonrisa, su pequeña cicatriz. Sin embargo por más que se buscaba, y lo hacía con ahínco, su rostro le parecía otro rostro.
Solo aguantó unos segundos su anodina mirada. Tiempo suficiente como para ver a sus labios acompañar en silencio a sus pensamientos:

-          ¿Dónde estas?


Se esforzó con éxito en olvidar aquella estúpida pregunta que se hacía más o menos siempre en el espejo cuadrado del recibidor de su casa. Con mayor frecuencia de lunes a viernes, tiempo en el que solía estar más sobrio de lo que quisiera. Eran ya poco más de las tres de la tarde. Su casa estaba malditamente ordenada, escrupulosamente limpia y olía inequívocamente a incienso de canela. Dirigió sus pasos a la cocina, en la encimera corta y estrecha de color azulado tenía preparada la comida. La calentó en el microondas, la puso en una bandeja con un generoso vaso de vino, algo de pan y la llevó como hacía todos los días, de lunes a viernes, a la mesa abatible del salón. Encendió la televisión, la vio sin verla, se alimentó sin saborear, bebió sin soñar y no volvió a pensar durante la comida. Veinte minutos después de haber ingerido el plato de alubias con manos de cerdo quedó dormido. No soñó.

Ella llegó puntual a eso de las ocho. Lo despertó el ruido de sus tacones al subir las escaleras de la entrada y el estruendo que hacen las puertas cuando se cierran sin mimo. La miró sentado, como sin saber muy bien que hacer, ni que decir. Su pelo no se movía, quizá por el exceso de la mano con la laca. No sonreía, no estaba feliz, ni estaba triste. Fue ella quien tomó la iniciativa.

-          Hola…
-          Hola.
-          ¿Qué tal el trabajo?
-          Bien.

Parece ser que a Elena aquella conversación le bastó. Le besó en una mejilla, más por costumbre que por querencia y comenzó con su monologo sin pausa de un día más en la oficina, de la última de su jefe y ese demonio de pechos operados que traían loco al pobre Juan, de la llamada a su madre que quedó en comida para el próximo domingo, del atasco, del asco que le daba aquel tedioso programa del corazón que no quitó, de la penúltima película de no sé quién director finlandés recién famoso por no sé quién agraciada modelo de también pechos operados. Él la escuchó sin prestarle atención, pero no habló. Se limitó tan solo a asentir cuando era estrictamente necesario.  



Al rato comieron de nuevo en la mesa baja del salón con la televisión encendida y un nuevo programa calco del anterior. Salchichas, patatas, él dos huevos, ella uno. No hablaron prácticamente, ella estaba cansada. El no encontraba de que hablar. Dijo que también estaba cansado. Mintió.  

Se acostaron pronto, y como siempre, de lunes a viernes, ella no tardó en dormirse. Roberto se quedó en su lado izquierdo de la cama sin sueño, miró detenidamente los ojos cerrados de Elena y su mente empezó a hablar lo que él no se atrevió.

Tan fácil como respirar, vivir así. Te quiero cuando faltas, y no te hablo cuando vuelves. ¿Amo la idea que tengo de ti, de lo que fuiste, de lo que sueño que eres?
Que curioso bicho el amor, más que ver con ausencia que con presencia.

La mejor parte del día es aquella en la que te echo de menos, nunca la que estas.

Roberto pensó para sí. Si esto fuese un cuento, ¿Cómo le buscaría alguien un final feliz? Supongo que al menos tendría una moraleja, o algo. Quizá si alguien estimara en poco su tiempo y escribiese de mí, tendría al menos el gusto de no ser sincero. Lo que es seguro es que si esto fuese un cuento, jamás se titularía, de lunes a viernes.

Comentarios

  1. Genial, un placer leerte..
    me alegra que te hayas decidido a compartir tus escritos
    un beso, Chloé

    ResponderEliminar
  2. Se advierte y se percibe talento para escribir, creo que la novela corta encajaria perfectamente en tu estilo.

    Sigue, no lo dejes, no solo por ti sino para regocijo de los que te leemos.

    Um cordial saludo.
    Arlequin_

    ResponderEliminar

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