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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

La fábula de Urco

Urco el enano contenía la respiración mientas acechaba en su improvisado escondite. Sus mofletes, habitualmente gruesos y sonrosados, palidecían ahora. Sin darse cuenta estaba tomando menos aire del necesario para respirar. Sus ojos marrones como el futuro no se movían del sitio desde hace demasiado tiempo y mantenían una lucha desgarradora con sus parpados, a los que habían prohibido el paso. Palpo su jubón para confirmar una vez más que seguía allí, aunque dudaba si sería capaz de reunir el suficiente valor para hacerlo. Los rayos del sol le dieron una pista, sabía que el momento estaba cerca. Empezándolo a incordiar de forma considerable, su estomago aprovecho ese instante para cobrar más vida de la recomendable para un estomago. Se le hacía eterna la insistencia del hormigueo que le recorría tantas veces lenta como tantas rápido, pero siempre sin orden, de costado a costado, de pies a cabeza. Se dijo, que debía de ser así como se mueven las mariposas cuando se ven enjauladas. Él, en eso, muy a su pesarse había convertido en experto.
   La espera tuvo su recompensa y el hada se dejó ver. Como cada día, salía sobre esa hora en busca de una nueva flor. Urco se hizo hielo cuando la vio. Si estremecerse alguna vez busco significado, lo encontró en ese momento en él. Sus manos se tornaron rígidas, las mariposas enloquecieron realizando a la vez todas las rutas anteriores a una velocidad de vértigo y sus ojos ganaron por KO la batalla contra los parpados. Su barbilampiño rostro era el espejo de la admiración. Pensó entre nubes, sin temor a equivocarse, que aquel ser era lo más bello que había pisado la tierra.
   Mara ajena al terremoto de emociones que ocasionaba al mediano, acomodo sus alas disponiéndolas de tal manera que no le estorbasen para caminar. Sus excelsos ojos negros escrutaron los alrededores pausadamente, disfrutando de lo que miraban. Corría algo más que una agradable brisa. Con sus dos manos atajó su ambarino pelo que caía liso y desordenado sobre su espalda. Con delicadeza, lo dispuso todo a un lado, naciendo del cuello lo hizo descansar delante de su hombro derecho mientras lo acariciaba. Hace unos días había avistado un lugar plagado de liliums. Su pasión por las flores, solo era superada por su pasión por la vida. Sin más dilación, se encamino hacia aquel lugar.
   Urco la vio alejarse. Paralizado hasta que desapareció. ¿Un enano con un hada? ¿Cómo se le habría ocurrido semejante tontería? Se levanto de su escondrijo enfadado consigo mismo, saco la piedra donde la noche anterior había grabado su mensaje y la levanto con las dos manos. No pudo tirarla. Podría ser absurdo, pero le gustaba todo de ella. Su fina nariz reinada por unos ojos enormes que parecían devorar cuanto miraban, su piel clara, tersa, sus manos, sus rodillas, su vestido escaso de tela color vino, sus pies descalzo. Le gustaba todo de ella, como nunca nada le había gustado. Especialmente, aquel antojo de fresa que fundó hogar en sus labios. Fuera por valor, locura o simplemente por el agotamiento producido por tanto pensamiento, el caso es que el enano se acercó hasta la puerta velozmente y allí dejó su nota.


La leyó por última vez;
“Aunque todo el averno
se me echara encima,
a una voz estoy,
solo una, e iré a ti.”

   Mara recogió a su vuelta el objeto del suelo, cuando sus ojos dieron con las letras, leyó. Le impresiono la belleza de la piedra, lo delicado de la talladura y la translúcida sinceridad que se podía percibir en aquellas palabras. Eran palabras mágicas, pues habían sido escritas con el corazón. Buscó con la mirada en sus alrededores una pista de tan misterioso suceso, pero nada encontró. Sonrío marcando la mancha de sus labios y se metió dentro de su hogar. Conquistar el corazón de un hada, no era cosa fácil. Nada paso durante tiempo, hasta que una mano delicada y clara dejó en la entrada algo así como una gran hoja envolviendo una flor de color azul. A punto estuvo Urco de caer en la trampa. Cuando ya se disponía a ir para recoger aquello, fuera lo que fuese, pudo ver de refilón la cabeza vigilante del hada por una de las oquedades que hacían de ventana. Comprendió, de forma inmediata, que Mara pretendía precisamente conocer su identidad. No se atrevió. Debido al cansancio por la acumulación de emociones, decidió que no le quedaban más fuerzas para otra cosa que no fuera esperar. Y así fue. Primero pasaron segundos, que lentamente se fueron convirtiendo en minutos, que más lentamente aún se hicieron horas. La noche vino en guerra con el mal tiempo de su lado para vencer al día, y con ella, en un cielo sin estrellas, el sueño se hizo con la vigilia de Mara. Urco recogió con presteza los objetos que habían sido depositados en la entrada. Una vez en su ya familiar escondite los examinó. La flor era un liliums de color azul especialmente curioso. Escrutó la hoja, pero no conocía a que árbol o planta podía pertenecer. Realizando un estudio más minucioso descubrió que en ella había unas inscripciones en letra grácil y dorada. Hubiese podido jurar, pese a ser la primera vez que veía algo así, que aquello era polvo de hada, posiblemente mezclado con algún ungüento para ser utilizado como tinta. Leyó:
“Dicen que existe, en angosto lugar,
el corazón de un Hada en forma de flor…
Quizá quien tenga primero el brote
tal vez tenga luego la dama…”



   La idea de Mara no era que realmente fuese a por aquella flor. Sabía que pedir algo así, debido a los custodios, era poco menos que sentenciar a muerte. Su objetivo era tan solo conocer la identidad del que imaginaba su apuesto admirador. Entendía que en el juego universal del amor, son muchas las veces en que se contrarrestan tales retos con palabras y no con hechos. ¿Quién no murió ya por otro, siguiendo vivo?
   No hubiese venido mal esta información a Urco, quien ya había iniciado el viaje en busca de aquel tesoro esa misma madrugada. La Zantedeschia elliottiana eterenina, más conocida como Cala Eterna o Corazón de Hada era la flor a la que ella se refería. De oídas era conocedor del paradero de una de ellas. A dos lunas de allí se encontraba La Grieta del Dragón Blanco, precisamente llamada así por alojar en su interior como no podía ser de otra manera un dragón blanco. Dicen que enanos y dragones siempre han sido buenos compañeros, pero este no era el caso. Perseguidos, asesinados y saqueados de sus tesoros que no eran otra cosa que grandes camas de oro, los dragones se habían replegado y vuelto desconfiados. Perdiendo así contacto con el resto de las razas. El joven, por tanto, no había conocido a ninguno en su vida, y mantenía la secreta esperanza de no hacerlo en esta ocasión.  
   Llegó a la grieta. Como por arte de magia se abría del granito una impresionante abertura de unos quince metros de altura por unos siete u ocho de ancho. La vegetación, compuesta básicamente de helechos y especialmente de musgo, se concentraba en lo alto de las paredes y en partes localizadas a lo largo de toda la brecha. El paraje no parecía aterrador, sino todo lo contrario. Aún así, el enano llevo una de sus manos a la espalda en busca de su martillo. No lo cogió, pues como había previsto, la oscuridad dentro de la cueva era total y dado que una de las manos iba a ser usada para llevar una pequeña lámpara de aceite prefería disponer de libertad en la otra. A solo un paso en el interior todo cambió. La majestuosidad del paisaje se convertía ora en tenebrosa. Se convenció de que tenía más que perder si no entraba para dar el segundo paso. El tercero y el cuarto vinieron algo más decididos y una vez que supo que no había vuelta atrás empezó a recuperar sus sentidos. Más allá de la oscuridad, era especialmente desagradable la humedad, que parecía crecer cuanto más se adentraba al interior. La Cala debería encontrarse sobre el centro de la oquedad. Había oído decir que el brote reinaba una gran estancia. El lugar, estaba coronado a su vez por una cúpula natural que dejaba pasar un hilo de luz, en ciertas horas del día coincidente con la flor. Un ruido lo detuvo. Por encima de su cabeza sintió como si algo lo hubiese adelantado. Aguantó la respiración intentando agudizar el oído pero solo se oía aire. Aunque asustado, decidió seguir adelante. Había empezado a ver al fondo un pequeño atisbo de claridad, quizá fuera la cúpula. Del dragón no había ni rastro.
   La sala del Corazón del Hada estaba cerca. Con claridad veía ahora el hilo de luz que desafiaba a las legiones de oscuridad que componían el sitio. Una idea le vino a la cabeza infundiéndole terror. Pensó en todo lo que había oído sobre esa grieta y cayó en la cuenta de que absolutamente nadie había realizado ningún tipo de descripción sobre la flor. Los detalles llegaban precisamente hasta el punto donde se encontraba. Posiblemente todo aquel que había sobrevivido a este lugar lo había hecho dando media vuelta justo donde él estaba en ese momento. Aprovechando el silencio de su parada cruzó detrás de él una criatura, casi al instante, otra cruzaba por delante. No le dio tiempo a verlas, eran como grandes lagartos blanquecinos. Esta vez, le costó convencerse de que tenía más que perder si no se daba la vuelta. Avanzó entonces, y a escasos metros encontró la sala y al fondo lo que buscaba. Sus ojos fueron de nuevo espejo de la admiración.
   Acompañada por unas hojas ovaladas oscuras, la flor por si sola tenía una belleza inenarrable. El spathe blanco era ribeteado en sus bordes por un hilo de plata. De su centro, ligeramente ahuecado, nacía el spadix, amarillo y brillante. El conjunto era armonioso y realmente elegante. Si los diamantes tuviesen corazón, de seguro que sería así.
-           ¿QUÉ HACES AQUÍ?
     El hechizo a que estaba sometido fue roto. Urco se dio la vuelta al oír aquella poderosa voz que venía de sus espaldas. A su vista surgieron primero dos puntos amarillos para convertirse después en dos grandes ojos, tan solo aperitivo del más colosal de los dragones blancos conocido por cualquier ser.
   Con una lentitud exasperante, la oscuridad iba dejando paso a la fisonomía del dragón que avanzaba pausado, pero decidido hacía él. La criatura apoyada en sus cuatro patas provistas de garras arrastraba una cola larga y sinuosa. Casi brillaban sus escamas de blanco puro.
   En su hocico de reptil, coronado por dos pequeños cuernos ennegrecidos, nacía la línea negra que poco definida llegaba hasta su quilla. De no haberle dado tanto miedo, Urco hubiera tenido claro que estaba frente a un ejemplar único en cuanto a hermosura. El draco se colocó frente a él, contuvo su aliento de fuego y volvió a preguntar:
-           ¿QUÉ HACES AQUÍ?
   Urco no supo que decir. ¿Qué le dice uno a un dragón que te acaba de coger metido en su caverna?
-           QUERÍAS ROBAR ORO… ¿VERDAD?
-           N…o, no – acertó a decir–
-           Entonces –susurró el dragón–,  ¿QUÉ HACES AQUÍ?
   El enano bajo su mirada hasta el suelo comprendiendo que estaba atrapado. Tenía miedo, y éste le bloqueaba cualquier atisbo de ingenio que pudiese mantener. En un gesto de desesperación, deslizó sus manos distraídamente en busca de su martillo. Llegar a tocarlo le hubiese costado la vida. Viéndose ya devorado se le ocurrió una idea absurda. Contestar sinceramente a la pegunta que le había hecho el dragón. Entonces, todo lo que yo os he contado, tal y como os lo he relatado, fue explicado al Dragón que resultó llamarse Lung.

   Lung se conmovió hasta el punto máximo en que los dragones pueden llegar a conmoverse. Esto no era mucho después de todas las cacerías y persecuciones que habían sufrido durante los últimos tiempos, pero al menos, había decidido no matar al enano de momento. Al fin y al cabo, los dragones también tienen familia, y especialmente corazón.  Dado que Lung no podía dar así por así, parte de su tesoro, tras un periodo corto de negociación, dispuso un acuerdo justo con el enano. Urco debería responder acertadamente un acertijo. Si lo hacía, podría llevarse la flor y su vida. Si no acertaba, no se llevaría ninguna de las dos cosas. El mágico animal, formuló la cuestión:
-           HAY QUIEN PUEDE REGALARLO,
HAY QUIEN PUEDE OLVIDARLO,
HAY, INCLUSO, QUIEN LO VENDE,
HAY QUIEN PREFIERE ESCONDERLO.
PUEDES LLEGAR A QUERERLO,
PUEDES LLEGAR HASTA ODIARLO,
PERO NUNCA LOGRARÁS,
POR MÁS QUE QUIERAS, ROBARLO.
   Urco regresó con la flor.
   Lo más pronto que pudo, la depositó en la puerta de Mara y corrió a observar en su lugar secreto. Esperó. De nuevo pasaron segundos, que lentamente se fueron convirtiendo en minutos, que más lentamente aún se hicieron horas.
   El hada llegó cuando anochecía. Casi no podía creer lo que veía. La Cala Eterna en su puerta, tal y como pedía su nota. Intacta y apresada en la tierra de la cueva la esperaba. Apresuradamente pero con mucha delicadeza tomó la flor y se metió dentro de su refugio. Vencido el día una vez más, una mano clara y delicada dejó una nueva nota en el mismo lugar.
   Pero el enano a pesar de haberse enfrentado a un dragón, tuvo miedo de ser descubierto, esperó una vez más, y maltratado por el cansancio, se durmió.
   Nadie sabe si por azar o por vil presteza se presentó a las puertas de Mara un cazador de esa raza horrible a las que las gentes de buen propósito llaman humanos. Habituales del engaño, no dudó en suplantar el logro del enano y tomar el corazón del hada como propio. Antes de que él hubiese despertado, ambos se habían ido.

   Urco, hundido y sin corazón volvió una vez más a la guarida del dragón, le buscó y le habló:
-           Te equivocaste, Lung.
-           ¿CÓMO?
-           Tu acertijo, debiste haberme devorado.
-           DISTE LA RESPUESTA CORRECTA, YO SIEMPRE CUMPLO MI PALABRA
-           No lo hice. El amor si puede robarse.

   El draco no solo no devoró al mediano, si no que lo acogió, y dedicó todos sus esfuerzos a aliviar su tristeza. Dice la leyenda que desde entonces, los enanos y los dragones volvieron a ser razas amigas como lo habían sido antes, y juntas, fueron las primeras en dejar la tierra de los hombres.

Comentarios

  1. Extendido pero agradable, narrativo y atrayente,original cuando menos,y sobre todo llenos de ternura,paradoja,fantasia y puñetera realidad.

    Sigue escribiendo cuentos de este calibre.
    saludos mil.

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