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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

El Dilema de Sofía – Capítulo I - Insomnio

El reloj de pared de la cocina apenas marcaba las ocho de la tarde cuando ya la noche parecía inagotable. Una vez más se había quedado sin pilas. Una mesa pálida sostenía paciente una taza de tila humeante mientras dos pastillas de valerianas parecían huir de su recipiente. El rastro de cenizas cobrado en el incensario, explicaba porque toda la casa olía a sándalo, pétalos de rosa, alcanfor y jazmín.
Sofía había tomado por abrigo para la fuga de su cama una bata de felpa. Le llegaba muy cerca de los gemelos, a cuadros rojos y negros, no hubiera hecho afecto con ninguna de las casas de moda del momento. Sin embargo era la perfección echa prenda para aquel invierno tan cabrón.
Sus manos temblaban, mientras sus ojeras jugaban una mala pasada a su agraciado gesto. Aún quedaba tiempo para intentar dormir, pero solo la idea de intentarlo le aterrorizaba. Era la tercera vez consecutiva en el que el juego de sombras y sonidos extraños le ganaba la partida a la cordura. Apagó repentinamente el ipod mientras sonaba SevenDays, no dejó a Sting acabar la frase donde llamaba a su rival, Neandertal.
El sonido a silencio la volvió a horrorizar, pero la música ya le estaba haciendo de peso negativo en la balanza de su equilibrio. Las notas del inglés no le dejaban escuchar lo que no quería oír. Pensó, que puestos a tener una amenaza, mejor saber cuanto antes de que se trataba. El caer de un plato la sacudió como una estera de arriba abajo. Se llevó la mano izquierda cerca de su boca hasta que pudo sentir su acelerado aliento. Miró a la derecha, detrás, al lado contrario, viceversa y vuelta a empezar. No se veía nada aparte de que lo que se tenía que ver. Su corazón latía a ritmo de ataque.
Al igual que las otras dos noches anteriores, tuvo claro, de que no se trataba de las trabas de la soledad. Hacía dos años que tomo esa decisión y contra de arrepentirse, pensaba que el tiempo había acabado por rendirse y darle la razón. Cogió su taza comprada en Carnaby Street con la tila caliente y dispuso sus andares hacia el salón, una vez hubo satisfecha, multiplicada por dos, la dosis justa de valerianas recomendada. No la tranquilizó.
Justo en el umbral del pasillo, le sorprendió un escalofrío. La corriente de aquella estancia cerrada, agitó el pelo castaño que le caía por la espalda. Algo parecido a una sombra pasó a su vuelta, pero nada pudo ver. Aquella velocidad era imposible. De golpe, y acompañadas de un tremendo crujido todas las luces de la casa se apagaron. La tacita londinense fue directa al suelo para hacerse mil pedazos, el líquido aún caliente no llegó a tocar sus pies desnudos.
Sofía quiso gritar, pero no pudo. Se le unieron a las cuerdas vocales las ansias, y el alma se le atravesó en la garganta. A tientas saco del recibidor una vela, blanca, intacta. Con el encendedor la puso en marcha, creando a poco, una luz tiniebla. Quedó enfrente justo del espejo. Le cogió por sorpresa la palidez de su cara frente a los ojos. Fue entonces cuando lo vio, por encima de su hombro izquierdo, en la parte superior derecha del reflector. Allí, cerca de la ventana, y sin expresión, la observaba la figura de un hombre de cara distorsionada.
Supo entonces, lo que es el miedo.

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