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Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo

Cosas de un café

Ahora que todos los días saben a diario, tiene melodía de sábado un café con vos. Sabe de perfecto mi desatino que por mucho que me empeñe no atino por costumbre a cuadrar razones con corazón, mal apaño tiene cubrir con engaños la verdad cuando uno se sabe perseguidor de molinos. Quien fuera o fuese lo suficientemente mayor para no creerse su propio escondite y conformarse con que los reyes traigan carbón. Quizá sea ir a contra mundo, más ora que toca crisis, darle más valor a la palabra que al bíceps. Verdad será que ya lo dirá alguna canción, pero no me animo a no soltarle a esta partitura, que nos recorren los malos tiempos para combatir sin pasta los sueños.

Puede que a los quince me hiciese mayor, sin paradas intermedias. No es bueno saber tan pronto, que aunque se mal venda a quilos tiene caducidad el amor. Resulta que a esa edad aún no sabes lo que significa un beso, más si aún no te cala en los huesos una mirada perdida en una estación de tren de quien dice adiós sin saber a quién. Puede que sea mala costumbre heredada el querer llevarse al paladar de lo bueno, lo mejor, y pensar que si hay que jugarse la noche, el alma, un broche del cuerpo o ese último botón, que sea al menos aunque no tenga final feliz con el principio de un cuento.

Casi ninguna respuesta certera acierto para las cuestiones verdaderas de los ojos de los adultos, pero si lo pienso, sé que elijo entre las noticias y el diario, al Pato Lucas. Va de Peter Pan la cosa si te digo que de entre toda la geografía posible voy y me quedo con el País de Nunca Jamás. Te diría mintiendo que no envidio a los niños cuando juegan en la ventana del coche a la imaginación, cuando bajan la mirada y sonríen porque recordaron las sonrosadas mejillas de gruñón, cuando ven a Mickey  de lo que es tan solo un ratón, cuando un poco de plastilina es lo que quieras que sea.

Que le voy a hacer, si de entre todos los países, para vivir, servidor se queda con el de Alicia.

Es ahora, crecido, cuando no sé quien fue el villano que me ha escondido las llaves del paraíso. Es ahora, cuando dudo, me fracturo y no suturo las heridas por suspenso en las sapiencias de las hadas, cuando no juego a adivinar con los amigos el sabor del caramelo, cuando me pierdo entre noches en ruinas…

Es ahora cuando me paro, vuelvo a ser yo, y no sé donde mirar…

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La constancia es quererte como nadie pudiera imaginar que se pueda querer incluso cuando no te quiero, tenerte sin tenerte, saber del vértigo que a uno le da soñar despierto, y la conciencia de estar al tanto de que estar con vos, es estar a un beso de distancia del cielo. Es mirarte ahora como te mire la primera vez, endeudado en tus andares, no pudiéndote creer. Es besarte ahora mejor que cuando te besé, con tus labios precisos en mis labios tembleques. Es vibrar, de la piel al hueso, con el día a día, con las noches donde tenerte a un par de palmos a la derecha es de largo el mejor de mis lujos.   La constancia no es que me mate como me mata tu cuerpo, es crear hogar en tu pecho, y hacerte con mis brazos un lecho para que te guardes. Es salvarte y que me salves, y contar de a uno los secretos de tus ojos, mar verde, donde me pierdo, donde quiero vivir, donde parece decirme la suerte, quédate conmigo. Es en el sur y es en el norte, justo al este del oeste donde quisier

Que me dijera

Me gustaría que me dijera que no le gusto un comino, que ni le gusté, ni le gustaré siquiera cuando me sepa totalmente perdido. Que no le gusta que me guste, tanto como me gusta. Que me dijera que no soy de su mitad el doble que le complementa, que por usted, París, se puede hundir tanto como Venecia. Que no guardamos bajo la piel el mismo átomo, el mismo sueño, los mismos verbos que acaban por decir lo mismo. Que no la entiendo cuando se le eriza la nariz, que es mentira que comparto su opinión cuando dice que no le importa que llueva, que le moleste de veras cuando queriendo juego con su flequillo. Que me dijera que duerme usted bien, cuando duerme con mi ausencia, que el descanso le dura la noche entera, que no se despierta sin saber porque, que no siente que algo le falta, aunque no quiera saber que es. Que hay otro mejor, que le pierde cuando debe las partidas a la paciencia, que le cura los ánimos, que la mima, que le gana los años en meses, que le mira a los ojos y la siente t

Traspasando el país de Alicia

Todos las personas piensan que el punto medio entre el bien y el mal está justo donde ellos lo ponen. Esto es aplicable para todos los puntos que poner, incluso los finales. Quizá por eso no me cueste cerrar este discurso que se me queda ya anticuado, extraño, como escrito por quien ya, ni siquiera fui, seguro, quien no soy. Hacer dictados a lo pensado, a los sueños, esta pasado. Así es. En la época de los Justin, de los Brad y algún Duque de por aquí, ya nadie se acuesta con Cyrano. Fue sin embargo placer, la mayoría de las veces. Otras no tanto. Escribir es escribir, tan sólo y tanto. Fue en otras ego puro, aún algo guardo, agradecimiento, mentiras honradas, dudas en base a la duda, decir por decir, seriedades, mal intento de cuentos, catas, alguna mirada perdida echada a perder, balas sin salida, caricias dirigidas y algunas, incluso, de verdad. Siempre demasiado yo mismo, fuera quien fuese. Quizá error, ora que pienso que a un escritor no debe vérsele la cara. Un trabajo